Más de una vez hemos hablado de esto, y lo seguiremos haciendo. Los humanos nos preguntamos a menudo cosas como ¿Por qué existimos? ¿Tiene sentido la vida? ¿Qué pasa cuando nos morimos? Hay grandes filósofos a lo largo de la historia intentando responder a esas preguntas, nuestros favoritos fueron Nietzsche, Descartes o Rousseau (bueno, el primero cuando volvimos a leerlo muchos años después de tener que estudiarlo, si hemos de ser sinceros).
Los escritores se preguntan cosas como ¿De dónde surgen nuestras historias? ¿Qué pasa con un libro cuando ya nadie lo lee? ¿Qué pasa con todas las historias que alguien sueña pero no escribe? Stephen King tuvo una larga racha en que casi todo lo que escribía intentaba responder a esas preguntas. Carlos Ruiz Zafón nos habló de ello en su Cementerio de los libros olvidados. Ende nos habló de como la Nada destruía Fantasía en su Historia Interminable.
Los libreros nos preguntamos ¿Cómo podemos animar a leer? ¿Con qué debemos animar a leer? ¿Por qué debemos animar a leer?
Yo soy jugador de videojuegos, soy visionador de películas y series, y soy lector. Y de las tres cosas soy un apasionado.
En las películas nunca soy el protagonista. Igual me falta imaginación o empatía, pero nunca lo soy. Si me emociona mucho puedo imaginar nuevas historias donde yo acompaño al prota, pero no puedo imaginarme historias donde yo tomo su lugar. En las películas hay un guionista que imagina las historias y los diálogos, y hay directores artísticos y de fotografía que plasman las imágenes, y actores que toman esas líneas y las convierten en gestos y palabras. Y un director que lo organiza todo a su gusto. Te pueden mostrar un universo nuevo enterito, como el de Harry Potter o el de Star Wars, pueden despertarte el sentido de la maravilla, pero toda la imaginación la ponen otros; y también te ponen las emociones, los sentimientos. Incluso en películas realistas e intimistas, tú no tienes que poner casi nada de ti mismo, no hay huecos que rellenas con tus propias experiencias. Los personajes aparecen ahí, completos, viven contigo un par de horas y se van.
La nueva moda, indiscutible, son las series. En las series los personajes tienen docenas o cientos de horas de vida. Vienen y se van, pero a menudo están contigo años, incluso décadas. Es mucho más fácil sentir sus presencias como reales cuando han ido creciendo contigo. Pero aún así, sigue siendo una experiencia pasiva. Tú no tienes que poner de tu parte, te sientas, ves y escuchas, recibes… El diálogo no es entre ellos y tú, es entre el guionista y el director con el responsable de la fotografía y los actores.
Las series entretienen, emocionan, pero rara vez te hacen crecer.
Cuando era crío, los videojuegos eran una cosa repetitiva, pasar de fase era aprenderse las pautas con las que se movían los enemigos, ir probando rutinas una tras otra hasta encontrar cual era la adecuada, y seguir así enfrentándose a retos cada vez más difíciles. Podéis recordar el Pacman, el comecocos por excelencia. El videojuego proporcionaba emoción y nos hacía pensar, pero era un pensamiento mecánico.
Los videojuegos han crecido muchísimo desde entonces, los mundos abiertos nos han permitido viajar, por Skyrim o por el Masachussets de Fallout 4 puedes pasarte cienos de hora de tu vida descubriendo nuevos lugares, nuevos paisajes. Y esta vez, sí, eres tú. Las motivaciones del héroe son las tuyas, lo que te hace amar u odiar es tu amor o tu odio. Lo que te hace querer sobrevivir es que eres tú quien está luchando por su vida. Los videojuegos no te dicen como piensa o qué siente el protagonista, esos huecos los tienes que rellenar tú. Pero…. solo tú, ahí no hay nadie más pensando, sintiendo, o trasmitiéndote cosas y emociones que no conocías.
El siguiente paso fueron los mundos online multijugador, con el World of Warcraft como emblema. Ahí ya no estás solo, ahí los personajes con los que te encuentras en tus aventuras ya no son seres digitales sin alma. Ahí están tus amigos, a los que a veces ni siquiera has visto en tu vida, pero son tus amigos. En esos juegos conoces gente, hablas, a veces te enamoras (sí, conozco algunas parejas que se conocieron en el WoW). Ya no son películas ni series, no son cosas pasivas donde te sientas y recibes, ahí eres el protagonista y tienes a tu gente con la que charlas y te cuentas cosas.
Cuando los que ya somos más talluditos jugábamos en A Estrada, o en cualquier otro pueblo de Galicia, salías a jugar a la calle. Al fútbol, a polis y ladrones, o ser familias, a la comba… salías con los otros niños de tu aldea o barrio. Y eso implicaba que jugabas con quien te tocaba, no podías elegir apenas. Había niños que te caían bien, y otros que te caían mal, había abusones y los que ayudaban siempre, tenías tus enemigos y tus confidentes. Y había niños a los que les costaba muchísimo hacer amigos y eran más bien solitarios. Es importante entender que los videojuegos rompen esas inercias, porque creas un nuevo yo, y tus amigos se aproximan a él y luego a ti. Eres quien quieres ser, y solo mucho más tarde van descubriendo quien eres. Y puedes elegir a tus amigos, porque no tienes solo los que te rodean, tienes miles y miles. En los videojuegos tus amigos no lo son por cercanía física, sino por cercanía emocional y de intereses.
Pero al menos en mi experiencia, sus límites son los mismos que salir a la calle a jugar en pandilla. No salías a la calle a simular un juego sobre el buen salvaje de Rousseau. En tus juegos no se planteaban la existencia del ser humano como hizo Descartes. En tus juegos no hacías un ejercicio de introspección evaluando tu propia vida como Tazuo Ishiguro en Lo que queda del día. Ni te planteabas la vida de inmensa porbreza de los negros en la gran depresión como Fannie Flagg en Tomates verdes fritos. Los juegos eran necesarios, imprescindibles, entretenidos, socializabas, pero llegaban hasta donde llegaban.
Y eso es lo que diferencia a los libros de las series o los videojuegos. La profundidad en las temáticas, el crecimiento personal, el diálogo íntimo entre el escritor y el lector, la forma en que los pensamientos de otro sacuden tus propios pensamientos. En los libros no es difícil sentirse el protagonista, porque en un libro el protagonista no tiene rostro, ni gestos. Tampoco hay imágenes, hay descripciones, y eres tú quien completa los trazos del dibujo dándoles detalle y color. El libro es un diálogo entre lo que el escritor te ofrece, y lo que tú mismo completas. Y si el libro es bueno, en ése diálogo creces, aprendes, evolucionas. Todo lector empedernido puede nombrar una docena de libros donde entras siendo alguien y sales siendo una persona diferente. Libros donde aprendes cosas sobre la vida o sobre ti mismo que quedarán para siempre como parte de tu forma de ser y razonar.
Y esa es la respuesta a la pregunta del librero: ¿Por qué debemos animar a leer? Porque sabemos, como grandes lectores que somos, y como personas que nos relacionamos con grandes lectores, lo que los libros nos pueden aportar, a todos. Nos aportan sabiduría, evolución, madurez. Todos conocemos gente con carreras universitarias que son, a falta de una palabra mejor, simples. Pero de todas las personas que conocemos, es muy difícil decir eso de un buen lector. Yo no conocí a mi abuelo, pero me han hablado de él. Mi abuelo nunca terminó la escuela, la necesidad de trabajar era imperiosa, pero mi abuelo tenía muchos libros que fue comprando a lo largo de su vida y que leía y releía, y para la gente que lo conoció mi abuelo era una especie de sabio, tanto para las personas sencillas de su entorno, como para las más cultas con las que luego se relacionó. Mi abuelo no tenía pensamientos simples, porque aprendió de la vida y de si mismo leyendo. A mi abuelo le pedían consejos, y rara vez daba uno malo. Eso me lo contó mucha gente que lo conoció cuando me conocían a mí y se enteraban que yo era su nieto.
Las preguntas del cómo y con con qué ya son mucho más difíciles de responder. Y dependen de cada persona. No tenemos respuestas, pero tenemos sugerencias, si nos dejas aconsejarte (para ti, o para otro). Y ojo, porque eso también es muy importante, no hay libreros en Amazon ni en las grandes cadenas de distribución, hay libros pero no librerías, hay empleados pero no libreros. Tienes libros, pero no amantes de los libros con quienes hablar, o a quienes preguntar.
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