Hace unos días ha sido el día de la mujer y la niña en la ciencia. Así que os toca otra historia de esas nuestras un poco largas.
Nos situamos a principios del siglo pasado. La astrofísica se enfrentaba a un problema aparentemente sin solución ¿A qué distancias estaban las otras galaxias que podíamos ver?
Es un problema complejo: Sin una referencia ¿Cómo sabes si una estrella es grande y está lejos o es pequeña y está cerca? Con algunas estrellas cercanas se podía hacer con paralaje: ver la posición de la estrella cuando la tierra estaba en un punto de su órbita alrededor del sol, y volver a medirla cuando estaba en el punto opuesto 6 meses después. Las pequeñísimas diferencias de posición se podían ya medir.
Pero las galaxias cercanas eran otro tema, estaban tan lejos que no se podían medir por paralaje. El tema parecía totalmente irresoluble.
Nos situamos ahora en Harvard, las mujeres eran contratadas como «calculadoras», no podían investigar (estaba prohibido que las mujeres accediesen a los telescopios por ejemplo), pero podían ser contratadas para resolver cálculos tediosos que sus jefes, hombres, no tenían ganas de hacer. Muchas veces incluso mujeres con minusvalías que no podían encontrar otro trabajo. Nuestra protagonista, Henrietta Leavitt, era una de estas «calculadoras» con minusvalía: era sorda. Un trabajo que, al menos, le dio acceso a una enorme cantidad de datos y fotografías. Naturalmente, todo ese trabajo se lo atribuían después sus superiores.
Volvemos a irnos un momento al espacio. Hacía tiempo que eran conocidas unas extrañas estrellas llamadas «cefeidas» cuyo brillo variaba con el tiempo, y además a velocidades altísimas: podía cambiar en cuestión de horas o días. Hoy sabemos que eso se debe a que cuando se calientan expulsan helio ionizado que es opaco y por lo tanto apagaban su fulgor, pero al mismo tiempo, ese helio al ser opaco absorbía esa luz y se calentaba, momento en el que se desionizan, se vuelve más transparente, y la estrella emite más luz, en un ciclo de ionización-desionización muy regular.
Henrietta hizo un descubrimiento alucinante, ya en 1908: la luminosidad de una cefeida era proporcional a su periodo de variación de luminosidad. Henrietta, sabiendo que por ser mujer le cuestionarían su descubrimiento, se pasó 4 años acumulando pruebas y datos, para publicar el descubrimiento en 1912. Atribuido por supuesto a su jefe, pero con una nota en la que decía quien había hecho el trabajo. En todo caso era un grandísimo descubrimiento. En 1913 se calculó por paralaje la distancia de unas pocas cefeidas cercanas a nosotros y con ello se pudo calibrar su luminosidad. Y tachán: sabiendo la luminosidad absoluta de una cefeida, y sabiendo su periodo, y su luminosidad relativa, se podía calcular con gran precisión la distancia a la que estaba. Con ello, bastaba encontrar una cefeida en la galaxia observada, y podíamos saber a qué distancia estaba esa galaxia. El trabajo de de Henrietta describía con precisión 25 cefeidas en la pequeña Nube de Magallanes.
Ese descubrimiento debió valerle un Premio Nobel, pero naturalmente no se lo dieron. Uno de los robos del Nobel más clamorosos de la historia. Henrietta murió en 1921, cuatro años más tarde un matemático sueco envió una carta a Henrietta diciéndole que su intención era proponerla para el Nobel, pero como no se pueden dar a título póstumo, era ya imposible. Había hecho un trabajo tan increíble como para recibir el premio, pero era tan desconocida que ni siquiera su muerte había sido noticia. Dejó todas sus posesiones a su madre: un total de poco más de 300 dólares.
Ese médoto se sigue usando hoy en día (no es el único método, pero este se sigue usando), más de un siglo después.
Podéis leer algo más en Mujeres con ciencia. Y también en BBC Mundo.
P.D. Su trabajo fue atribuido a Edward Pickering, su jefe inmediato, partidario de permitir a las mujeres hacer ciencia, y que fue quien publicó aquel trabajo en 1912 con la referencia a Henrietta. Y también a Edwin Hubble, otro de sus jefes, y con fama de ser poco dado al trabajo en equipo y a compartir los méritos (por otro lado, enormes, uno de los grandes astrofísicos de la historia). Pero nuestra generación tiene que contar la verdad.
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